jueves, 10 de octubre de 2013

Octavia Butler, o el peso de la diferencia


(COLUMNA 4, publicada 10-10-2013)

Octavia Butler era una chica negra, pobre, inusualmente alta, tímida, tartamuda, disléxica y lesbiana. Desde muy joven tuvo una idea bastante clara de lo que era la discriminación en sus muchas formas y utilizó la ciencia ficción para explorar temas sociales antiguos y modernos. A menudo representó conceptos como raza, sexualidad, género, religión, progreso social y clase social con metáforas, sin embargo a veces están directamente presentes en sus relatos, como la lucha de clases en la serie de Parable of the Sower (La parábola del sembrador, 1993), sobre el origen de la religión ficticia "Earthseed", o lo que significa ser parte de una continuidad en Fledgling (Pichón, 2005), una historia de vampiros con contexto de ciencia ficción, sobre la diversidad como imperativo biológico. En 1995 se convirtió en la primera escritora de ciencia ficción en recibir el título "Genius" de la Fundación MacArthur.
Butler nació en Pasadena, California, en 1947. Hija única, creció en un barrio multirracial y en un hogar estrictamente baptista, criada por su madre y su abuela (su padre murió cuando ella era muy chica y su madre trabajó como empleada doméstica para mantener a la familia).
La lectura fue la principal compañía de su niñez y en seguida se interesó por revistas como Amazing (je), Fantasy and Science Fiction y Galaxy, leyendo todos los clásicos de la ciencia ficción.
A los doce años estaba viendo en televisión "La Diabólica chica de Marte", una película muy mala, y decidió que ella podía escribir una historia mejor. Apagó la tele y se puso a escribir. Así escribió su primer cuento de ciencia ficción, y nunca dejó el género.
Después de terminar la secundaria, empezó a estudiar escritura en la Universidad de Los Angeles, donde participó de dos grupos que sería de gran importancia para su carrera: El Open Door Workshop del Screenwriters' Guild of America, un programa de ayuda para escritores latinos y africanos de Estados Unidos a través del cual conoció al escritor, editor y antólogo Harlan Ellison; y el Clarion Science Fiction Writers Workshop, el prestigiosísimo taller de escritura al que fue presentada por Ellison, donde conoció al escritor Samuel R. Delany.
Su primer cuento publicado, “Crossover”, apareció en una antología de 1971 y otro relato corto, “Childfinder”, fue comprado por Harlan Ellison para la antología The Last Dangerous Visions, que nunca llegó a publicarse, pero pasarían otros cinco años de rechazos editoriales y diferentes  trabajos antes de que consiguiera vender otra obra, y fue su primer novela: Patternmaster,  la primera de la serie Patternist. En los ocho años siguientes publicaría las otras cuatro novelas de la serie, que explora la dinámica del poder y la esclavitud narrando cómo dos personajes potencialmente inmortales construyen sus familias.
En 1979 publicó la novela Kindred (Pariente), que utiliza los viajes en el tiempo para hablar de la esclavitud en los Estados Unidos. No es una obra estrictamente de CF (no hay explicación alguna del viaje) pero se convirtió en su obra más popular.
Y en 1987 publica Dawn (Amancer), la primera de la Trilogía de Xenogenesis o Lilith's Brood (algo así como “Cría de Lilith”). Le seguirían Adulthood Rites (Rituales de madurez, 1988) e Imago (Imago, 1989). En castellano las publicó Ultramar, en su hermosa colección Ciencia Ficción, y conforman una historia extraordinaria.
La saga comienza con Lilith, que junto con unos pocos humanos sobrevivientes, son salvados por una raza extraterrestre, los Oankali, después de que una guerra nuclear destruyera la Tierra casi por completo. Los Oankali tienen un tercer género, los ooli, que poseen poderes de atracción sexual y estimulación neuronal, y la habilidad de manipular los genes. Utilizan sus habilidades para permitir la unión de los otros dos sexos de su especie, así como unir a otras especies con las que se encuentran. Los Oankali son mercaderes biológicos, que se sienten impulsados a compartir genes con otras especies inteligentes (le llaman “comerciar”). De no ser por su intervención, la humanidad se hubiera extinguido, pero esta salvación tiene un precio muy alto y, tal como en una película de gangters que volví a ver hace poco, no se trata de una oferta que los humanos tengan posibilidad de rechazar. Juntos, Oankali y humanos son forzados a entenderse para poder recrear una biología mixta que les permita sobrevivir, unos al holocausto y otros a su eterno viaje en busca de nuevas biologías.
Lilith, y su cría, deben enfrentarse a esta situación de primer contacto que no termina, que es el inicio de un vasto y brutal proceso de adaptación y aprendizaje, un proceso quizás interminable.
La saga analiza admirablemente temas como el deseo, la voluntad y la libertad, la necesidad de autodeterminación y el manejo del poder. También el odio irracional y el rechazo visceral, instintivo, hacia lo diferente (habla de racismo, pero también de discriminación por género e identidad sexual).
Los tres libros son distintos entre sí, tienen un ritmo y un tono diferente, el que les impone su narrador, pero cada personaje está maravillosamente armado y los tremendos desafíos con los que se encuentran, los dilemas personales, éticos y morales a los que se ven enfrentados, están narrados de un modo inquietante que cala hondo en el lector.
Butler también abordó algunas de estas cuestiones en su cuento “Bloodchild” (Hijo de sangre), ganador de los premios Hugo, Nébula, Locus y  Science Fiction Chronicle e incluido en la antología Bloodchild and Other Stories de1996. Trata sobre humanos que viven en una reserva de un planeta alienígena gobernado por criaturas insectoides. Los alienígenas se reproducen implantando huevos en los humanos, con quienes comparten una existencia simbiótica.
Se los recomiendo enfáticamente.
Varias veces he leído eso de que la CF es ante todo una literatura de ideas, y eso se ve con claridad en esta saga, que además hace lo que suelen hacer las grandes obras, del género que sean: nos ponen incómodos, nos obligan a reconsiderar nuestros supuestos, y nos dejan con más preguntas que respuestas...
Y en definitiva creo que eso es lo que caracteriza el trabajo de Octavia Butler: generarnos preguntas como qué es esto de estar cómodos, qué es esto de ser aceptados, de “pertenecer”, qué tan lejos se está dispuesto a llegar en pos de la sobrevivencia y de la continuidad de un linaje, qué lugar tiene el individuo en el tejido de la comunidad, cuánto espacio tiene esa individualidad, esa “unicidad” para manifestarse...
No es poca cosa, ¿verdad?


Laura Ponce



http://amazingstoriesmag.com/2013/10/octavia-butler-o-el-peso-de-la-diferencia/

James Tiptree, Jr. / Alice Sheldon: acerca de la identidad de género

(COLUMNA 3, publicada 12-09-2013)

A principios de este año, se inició una discusión que ha ido creciendo como un alud y que hizo reaparecer en el seno de la SFAW (asociación de escritores de ciencia ficción de Norteamérica) el tema del sexismo, tema que yo creía —en una muestra de notable ingenuidad, evidentemente— como propio del pasado.
(Aquí pueden leer el artículo de Tanya Tynjala al respecto:
Eso me hizo meditar acerca de la temática de esta columna, y me hizo pensar en un particular caso de doble identidad: Alice Sheldon / James Tiptree, Jr. 
Alice Sheldon creció en el seno de una familia intelectual; su padre era abogado y naturalista, y su madre una prolífica escritora de ficción y libros de viaje. Con su familia, Sheldon viajó por todo el mundo desde muy chica. Fue artista gráfica, pintora y crítica de arte. En 1942 se unió al ejército de los Estados Unidos y después trabajó para la CIA; más tarde regresó a la universidad y obtuvo una licenciatura en arte y un doctorado en psicología experimental; para su tesis de doctorado eligió como tema las reacciones de los animales a estímulos nuevos en ambientes disímiles.
En 1967 inició su carrera escribiendo ciencia ficción bajo seudónimo: eligió un nombre genérico como James y luego sacó el apellido Tiptree de un frasco de mermelada. ¿Por qué? ¿Una suerte de “George San”? ¿Juzgó tan necesario “vestirse” de hombre como lo había sido para la escritora francesa cien años antes? En una entrevista Sheldon dijo: “Un nombre masculino me parecía una buena manera de camuflarme. Sentía que un hombre pasaría más desapercibido. Había tenido demasiadas experiencias en mi vida en ser la primera mujer en una ocupación determinada”.
El seudónimo fue mantenido con éxito hasta 1976. Esto se debía en parte a que, si bien se sabía que Tiptree era un seudónimo, en general se entendía que era usado para proteger la reputación de un oficial de inteligencia. Lectores, editores y corresponsales eran libres de elegir a que género pertenecía, y en general, aunque no invariablemente, asumían “masculino”. Sin embargo, había cierta especulación, basada en los temas de sus historias, de que Tiptree podía ser una mujer.
En su extensa obra —compuesta sobre todo por relatos cortos—cultivó gran variedad de géneros y estilos, tomando tanto elementos de la ciencia ficción más dura, como de la social, y añadiendo elementos de experimentación usuales en la new wave. Si bien muchas de sus historias tenían claras reminiscencias del space opera o las historias pulp de los años 30 y 40, pero con un tono mucho más oscuro y a veces desesperado, los tópicos que más las caracterizaban eran el deseo sexual (sublimado muchas veces entre humanos y alienígenas) el libre albedrío y el determinismo biológico.
En 1969 ganó el Premio Hugo por su cuento “La muchacha que estaba conectada”; en 1971, el Nébula por “Amar es el Plan, el Plan es la muerte”; y en 1974, el Hugo y el Nébula por su relato “Houston, Houston, ¿me recibe?”
Sin embargo a partir de 1971 Alice sintió la necesidad de escribir con una voz femenina, para decir cosas que no era capaz de expresar como hombre, como Tiptree. Así que inventó otro seudónimo, Raccoona Sheldon, con el cual publicaría algunos relatos muy feministas: “Carne de probada moralidad”, “¡Vuestros rostros, hermanas mías! ¡Vuestros rostros llenos de luz!” o “El eslabón vulnerable”.
Por este último ganaría el Premio Nébula en 1976.
Quizás lo más interesante del caso está en que mientras Sheldon insistía desde sus obras en la naturaleza biológica, esencial, del género, al mismo tiempo parecía demostrar con sus actos que tal cosa era una cuestión de elección, un modo de pararse frente a la vida.
Cuando se debeló su identidad, algunos reconocidos escritores de ciencia ficción se vieron en una situación incómoda. Robert Silverberg había argumentado en el prólogo que escribió para Mundos cálidos y otros ("Warm worlds and otherwise") que, en base a los cuentos seleccionados para el libro la teoría de que Tiptree fuese mujer era absurda. En la introducción a un cuento de Tiptree en la antología De nuevo, visiones peligrosas ("Again, dangerous visions") que había compilado Harlan Ellison, éste opinó que “Kate Wilhelm es la mujer a vencer este año, pero Tiptree es el hombre”. El artículo de Silverberg, sin embargo, toma una posición y deja en claro que el género de Tiptree era objeto de debate.
“Tiptree” nunca hizo una aparición pública, pero si se comunicaba con algunos lectores y otros autores de ciencia ficción por correo. Cuando se le preguntaba por su vida personal proporcionaba datos verdaderos, exceptuando información relacionada con el género al que pertenecía. Muchos de los detalles que dio a conocer en sus cartas (sobre su carrera en las Fuerzas Armadas, su doctorado) aparecieron también en biografías oficiales.
En 1976, después de la muerte de Mary Bradley, “Tiptree” mencionó que su madre, que también se había dedicado a la escritura, había muerto en Chicago. Estos detalles llevaron a sus fans a encontrar el obituario, con referencias a Alice Sheldon. Pronto se supo todo lo demás.
Si bien después de 20 años de teorías enfrentadas, la revelación tuvo sus repercusiones, no causó un gran impacto en la opinión de la gente. Y la pregunta es, ¿por qué debía de haberlo causado? ¿debería haber caído en desgracia al saberse que era mujer? ¿es tan sorprendente que no haya tenido un efecto negativo?
En ese año, 1976, le fue otorgado el premio Nébula por El eslabón vulnerable, publicado bajo el seudónimo Racoona Sheldon. En Argentina, este cuento salió publicado en el nro.6 de la revista El Péndulo, y es un cuento tremendo que aborda el tema de la violencia de género desde una sólida perspectiva científica. Es estremecedor el modo en que está contado, la sensación de indefensión, la escalada de violencia y el temor ante la naturalización social de prácticas terribles.
Frente a una misoginia de tal magnitud, ciertas expresiones que parecen atrasar 50 años, opiniones y calificativos que no deberían merecer siquiera la dignificación de una respuesta, entran en el contexto de una realidad inquietante, y se resignifican. 
¿A esta altura del siglo XXI hay que seguir soportando estas cosas? ¿Todavía tenemos que “probar” que tenemos derecho a los mismos espacios? ¿Espacios que las mujeres vienen construyendo junto a los hombres desde hace un siglo?
Entiendo que los escritores, del mismo modo que los abogados, los ingenieros o los panaderos, son fruto de la sociedad de la que provienen y no están exentos de sus taras, pero quisiera poder esperar algo mejor de los escritores de CF...

Laura Ponce









Úrsula K. Le Guin, o la maravillosa dualidad

(COLUMNA 2, publicada 15-08-2013)

Si se considera que la Ciencia Ficción nació de mujer, que Mary Shelley es su madre, entonces puede decirse que la CF moderna es hija de Úrsula K. Le Guin.
Es imposible pensar el género en nuestros días sin el aporte hecho por ella.
Úrsula Kroeber Le Guin nació en Berkeley, California, en 1929. Su padre fue el eminente antropólogo y étnologo Alfred Kroeber y su madre la escritora feminista Theodora Kroeber.
Desde chica se educó en una atmósfera de interés académico por los mitos y leyendas de todos los pueblos de la tierra, y su interés por la literatura fue temprano. A los 11 años envió su primer relato a una revista; no se lo aceptaron, pero eso no la desanimó de continuar escribiendo.
Estudió en la Escuela Radcliffe de la Universidad de Harvard, y tras finalizar su curso de postgrado en la Universidad de Columbia, obtuvo una beca para estudiar en Francia; allí  conoció al que se convertiría en su marido, el historiador Charles Le Guin. Se casaron en 1953.
Desde 1958 vive en Portland, Oregón, donde dio a luz a sus tres hijos.
Su formación se evidencia en su escritura, donde la sensibilidad y el entendimiento con el que aborda los temas se aúna a la belleza de su lenguaje y a su solvencia literaria.
Lo que elige contar y su modo de hacerlo la convirtieron en una de las voces más poderosas de la new wave.
Ha publicado seis libros de poesía, veinte novelas y más de un centenar de relatos, cuatro colecciones de ensayos, once libros para chicos y algunas traducciones (entre las que destaca el "Tao Te Ching" de Lao Tse y una selección de poemas de Gabriela Mistral).
En el 2003 fue galardonada como "Gran Maestre" de la SFWA (Science Fiction and Fantasy Writers of America).
Es la primera mujer en obtener esta distinción.

En “Más vasto que los imperios y más lento”, Vaster Than Empires and More Slow (historia corta, 1971, nominada al Premio Hugo), inspirada en los versos del poema de Andrew Marvel, A his Coy Mistress ("Mi amor vegetal iría creciendo / Más vasto que los imperios, y más lento") narra una situación de primer contacto con un ser vegetal y masivo. Sin embargo esto es una excusa para hablar de empatía, de comunicación y del modo en que percibimos al otro. Olsen, un émpata que forma parte de la tripulación, es capaz de percibir de forma muy clara e intensa los sentimientos de los que lo rodean, y reacciona ante ellos de la misma forma, y lo primero que percibe al llegar al planeta es una sensación muy intensa de miedo.

En “El nombre del mundo es Bosque”, The Word of World Is Forest (novela corta, 1972, ganadora del Premio Hugo) traza una dolorosa metáfora acerca de la guerra de Vietnam. Nueva Tahití es un planeta cubierto de bosque en el que los humanos explotan a los crichis (habitantes locales) para la exportación de madera. Debido a su facilidad para el sueño lúcido y a que tienen un ciclo de sueño diferente, los humanos creen que los nativos nunca duermen y que son estúpidos. En realidad, los athstianos distinguen entre un tiempo-mundo y un tiempo-sueño interrelacionados (lo que los humanos llamarían realidad y sueño independientes), una interrelación que está en la base de su organización social, caracterizada a su vez por una inclinación a la no violencia y un desarrollo cultural propio de una cultura neolítica. Debido al clima de violencia, devastación y sometimiento propios de una ocupación colonial uno de los nativos (Selver) desarrolla, tanto en el tiempo-sueño como en el tiempo-mundo, una insólita inclinación a la violencia, y contagia esa inclinación al resto de la población originaria de la isla.
En “Los desposeídos”, The Dispossessed: an ambiguous utopia (novela, 1974, ganadora de los premios Nebula y Hugo, también del Hall of Fame del Prometheus Award), explora algunos aspectos de la hipótesis de Sapir-Whorf sobre las relaciones semánticas del lenguaje y los conceptos básicos del mundo. A través de la modificación de su lenguaje, los anarquistas de Anarres, que desaprueban el uso de determinadas categorías gramaticales como el uso del posesivo (por ejemplo, los niños aprenden a hablar del pañuelo "que yo uso" en vez de "mi" pañuelo, pañuelo que "comparto contigo" en vez de "prestártelo",... siendo la idea que las personas llevan y utilizan cosas en vez de poseerlas), crean un lenguaje artificial que refleja muchos aspectos de los fundamentos filosóficos de una utopía anarquista. Esta novela es considerada una excelente descripción de los mecanismos que permitirían desarrollar una sociedad anarquista, pero también de los peligros de la centralización y la burocracia, peligros que fácilmente desplazan a la ideología revolucionaria e impiden su desarrollo.

Sin embargo, una de sus obras más notables es “La mano izquierda de la oscuridad”,  The Left Hand of Darkness (novela, 1969, ganadora de los premios Nebula y Hugo), donde habla con admirable sensibilidad y lucidez acerca de solidaridad, nacionalismo, amor, intolerancia e incomprensión; en definitiva, acerca de la dificultad para entender y acercarse a lo diferente, y lo hace abordando el tema de la identidad y los roles sociales  determinados por el género sexual. Para ello se vale de un  mundo, Gueden (llamado “Invierno” por los extranjeros), cuyos habitantes son andróginos, biológicamente humanos bisexuales; durante aproximadamente tres semanas del mes son biológicamente neutros y en la semana restante entran en kemmer (lo que asemejaría a un estado de celo) convirtiéndose en machos o hembras, según la influencia feromonal de su compañero sexual. Nadie sabe que sexo le tocará. Así, un individuo puede tanto ser el “padre de la sangre” (el que engendra) o “padre de la carne” (el que da a luz), hecho que se da aun en las parejas estables.
La descripción de estos seres y sus costumbres, y su reacción ante la existencia de personas unisexuadas como Genly Ai, el humano enviado por el Ekumen para conseguir que el planeta se una a la liga de los mundos, es apasionante.
El momento en que Estraven (antes consejero real, ahora caído en el exilio) se entera de que Genly ha sido llevado a una granja de confinamiento (semejante al Gulag) y comienza a arbitrar los medios para ir a rescatarlo poniendo en juego todo lo que le queda, incluso su vida, esto viene de la simple comprensión de una verdad: él no va a sobrevivir allí; esto no representa la toma de una decisión sino la manifestación final de una decisión tomada mucho tiempo atrás, cuando se comprometió a ayudarlo en su misión; nunca dejó de honrar ese compromiso. Porque sabe que hay cosas que están por encima de las diferencias aparentes y que tienen que ver con una compresión y una finalidad común.
Le Guin desarrolló esta idea por un deseo de explorar qué era lo fundamental que quedaba de la naturaleza humana cuando el sexo biológico dejaba de ser una constante, y cómo se desarrollaba una cultura donde el conflicto sexual no desempeña ningún papel.
Le Guin postula que sería una cultura sin historial de guerra (al faltar un profundo sentido de la dualidad implícito en las marcadas divisiones de sexo, el sentido del “nosotros contra ellos” se vería muy mitigado por la intuitiva comprensión de que no hay verdadera diferencia), pero se generaría una sociedad fuertemente marcada por la noción de  intriga (una forma de violencia más “femenina”) que influye de modo decisivo en los destinos del planeta.
La mano izquierda de la oscuridad es una gran novela de aventuras, una singular pieza de reflexión literaria y un hito significativo en la creciente sofisticación del tratamiento del sexo en la ciencia ficción que se desarrolló en los años 1970.
Sus personajes poseen extraordinaria carnadura, es inevitable identificarse con ellos, de una manera u otra compartir su sensación de maravilla, su frustración, su dolor; por la misma razón es inevitable hacernos las mismas preguntas.
Experimentar una cultura tan diferente a aquella de la que proviene, fuerza a Genly a analizar los roles presentes en su propia sociedad, roles mayormente determinados por el género sexual, roles que él jamás se había cuestionado, junto con su propia tendencia inconsciente a considerar al otro en razón de su género.
Durante su increíble viaje a través del hilo, Estraven pregunta respecto de la convivencia entre hombres y mujeres, sobre sus diferencias, “¿Son como especies distintas?”, y Genly responde “No. Sí. No, por supuesto que no, no realmente”; explica algunas particularidades, pero al final concluye “En cierto sentido las mujeres son para mí más extrañas que tú. Contigo comparto un sexo al menos”.

Quizás, de algún modo, estamos destinados a permanecer por siempre extraños a los ojos de los otros, pero la riqueza está en valorar la diversidad y en comprender que ningún individuo debería sufrir la mutilación de su identidad o sus características en pos de ser aceptado por los otros. 

Las Mujeres en La Ciencia Ficción

(COLUMNA 1 / publicada el 16-07-2013)

Simone de Beauvoir, en El Segundo Sexo, postula que la mujer no es, se hace, que la figura/identidad/rol “mujer”  es un constructo elaborado por la civilización.
La ciencia ficción, como producto cultural, como fruto y reflejo de la sociedad que la genera, repite fielmente sus patrones y ha ido otorgándole diferentes roles a la mujer, los mismos que admite para la hembra humana en ese conjunto de relaciones que llamamos sociedad, roles que terminan definiéndola, tanto por la forma en que se la ha representado como también por el lugar que se le dio a las escritoras mujeres.
Es bien sabido, sobre todo con la ciencia ficción, que realidad y ficción se retroalimentan (basta mirar a nuestro alrededor para encontrar toda clase de evidencias),  y es fascinante ver como se condicionan mutuamente. Puede decirse que estas dos corrientes —la ficción y lo que denominamos realidad—  son una sola realidad escindida, una realidad que se proyecta para observarse, para aprender, ensayar, proponer, prospectar, y en definitiva, para conocerse mejor a sí misma.
La contra de eso es que no se puede hablar de lo que no se conoce, de lo que no existe ni siquiera como idea, de lo que no se admite ni siquiera como posibilidad, y a la vez es muy difícil tratar de ser algo de lo que no se ha conocido ningún ejemplo.
Aunque existe consenso respecto a que la primera obra de ciencia ficción fue escrita por una mujer, Mary Shelly, las mujeres siguen siendo minoría dentro de la ciencia ficción (minoría como personajes importantes, pero también como escritoras y lectoras).
Pamela Sargent, en el extenso y bien documentado prólogo de su célebre antología Women of Wonder, hace un repaso de la evolución de la presencia femenina en el género. Comenta que la mayoría de las mujeres representadas en los relatos de la Época de Oro de la ciencia ficción son amas de casa; aunque se hallen en otros planetas o en un mundo postapocalíptico, lo que podría suponerse alteraría los roles en la sociedad, ellas siguen dedicándose por completo a sus esposos y a la crianza de los hijos; si llegan a ser solteras y tienen alguna ocupación fuera de lo común (soldado, científica, etc.), siempre albergan el secreto o manifiesto deseo de convertirse en devotas esposas y madres. El otro papel es el de la ninfa, la tentadora, la femme fatal generalmente malvada. Oposición de roles vieja como la Biblia.
Salvo honrosas excepciones, esto siguió siendo así hasta la llegada de new wave y de escritoras como Úrsula K. Le Guin, que pudieron empezar a “contar” a la mujer y la diferencia entre los sexos desde otro lugar (su novela La mano izquierda de la oscuridad es un manual al respecto).
La sociedad, que ha forjado los roles masculinos y femeninos, siempre se halló más cómoda en el status quo, en la repetición de lo aprendido, en lo bien definido, colores plenos sin grises posibles; le cuesta tratar con lo que no entra en los grandes y viejos esquemas, esquemas de probada efectividad.
Podría esperarse que la CF —especialmente la CF, cuya característica es tratar de ver más allá— estuviera libre de esos condicionamientos, sin embargo Sargent escribió ese prólogo hace casi 40 años y la presencia de la mujer en el género sigue definiéndose.
Finalmente, como en la sociedad misma, se trata de la puja para conformar la identidad, entre esencia y entorno, entre individuo y comunidad, entre voluntad y mandato. Entre lo que deseamos ser y lo que nos enseñan que debemos ser, lo que se espera de nosotros.
La intención de esta columna, de la serie de artículos que iniciamos con este y que publicaremos siempre a mediados de mes, es analizar a la mujer como objeto y sujeto de la ciencia ficción, la mujer como personaje, como autora, como lectora, como mirada y como conducta, como esencia detrás de lo narrado.
Los esperamos. 

                                                                                                                                            Laura Ponce